Fotografía: © Dolores de Lara
Así exclamó El Tato, aquel grandioso Antonio Sánchez, cuando le amputaron una pierna por causa de una cornada en la capital de España. Así clama al cielo el abonado de Las Ventas, el sufrido aficionado cuando le siegan la dignidad a su plaza y le destierran de ella.
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La pierna del Tato se la llevó por delante la embestida de un toro, que no es lo mismo que el derrote avieso perpetrado contra la otrora primera plaza del mundo por aquellos que, precisamente, tienen la obligación y el deber de velar por su prestigio, que no es otro que el de la propia Fiesta.
La plaza de toros de Madrid, la Monumental de las Ventas del Espíritu Santo, no sólo es una plaza de primera categoría, sino que debe ostentar la primacía en el toreo como referencia para el orbe taurino, como tribunal que examina, califica y valora a los protagonistas de los distintos estamentos profesionales que a ella concurren.
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Las competencias sobre la adecuada explotación del coso y la aplicación de la norma jurídica sobre el espectáculo están tan claramente definidas como notorio resulta su incumplimiento. Las miradas apuntan al máximo responsable, que no es otro que el Consejo Taurino de la Comunidad Autónoma de Madrid, cuya inepta composición resolvió un Concurso de adjudicación de forma sospechosa, objeto de demandas judiciales y de denuncias periodísticas que de nada sirvieron. Ello conlleva a la inequívoca connivencia con las irregularidades empresariales en la gestión de Las Ventas, también reflejadas por la prensa especializada en su día, y la desidia en la formación y designación de los equipos gubernativos taurinos, que engloban a funcionarios de policía y veterinarios para un correcto proceder reglamentario.
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El resultado no podía ser otro que el que se viene produciendo año tras año. Es decir, un claro desprecio al abonado venteño por el continuo atentado al normal funcionamiento de la única plaza de temporada del mundo en cuanto a la calidad de su programación y que origina la rechifla general.
La aniquilación de una consolidada y exitosa feria de novilladas en los festejos oficiales de la C.A.M, unido a la degradación del abono de San Isidro con el recorte injustificado del número de festejos, remendado con un supuesto ferial de no se sabe qué aniversario, y la paulatina e inexplicable permisividad de la autoridad en los reconocimientos facultativos de la reses, y en el palco presidencial.
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El colofón del desprestigio llega con la aprobación de los carteles de este San Isidro por el nefasto Consejo Taurino de la C.A.M.
La contestación se ha transformado en protesta indignada por los aficionados e, incluso, con exhibición de pancartas en los tendidos de la plaza. Pero no pasa nada, qué va a pasar. Los Consejeros no se encuentran, los abonados han desertado, los taurinos a lo suyo, y la autoridad cómplice aprobando toros de escaso trapío, impropios de la primera plaza del mundo, y concediendo orejas de verbena unas, y prescindibles otras, sobre todo cuando suponen el excepcional premio de la salida a hombros por la Puerta Grande de la Catedral del Toreo.
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Todo ello ante un público distinto cada tarde. A veces de talanquera, y a veces de clavel, pero sin criterio, propicio al timo de la estampita, desde el necio jolgorio al silencio de los corderos. Ya dijo Ortega y Gasset que, si alguien quiere saber cómo está España, pues que vaya a ver una corrida de toros, pero digo yo que mejor en Las Ventas, para que se entere bien.
Cuentan las crónicas que la pierna del Tato se conservó durante un tiempo en un frasco con formol, expuesto al público, en una farmacia de la calle de Desengaño de Madrid, hasta que un incendio acabó con el inmueble. La gente, alarmada, salió de sus casas para apagarlo, gritando: “¡La pierna del Tato, hay que salvar la pierna del Tato!” ¿Ustedes creen que hoy en día alguien iba a salir clamando “¡Hay que salvar a Las Ventas!”?¡Adiós,….Madrid!
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