de David Gistau en El Mundo
A LA SOMBRA
De falsos suicidas, de David Gistau en El Mundo
Viernes 21/agost/2009Este verano, la expectativa de contemplar un suicidio televisado ha basculado de José Tomás a Coto Matamoros. Ninguno de los dos tuvo jamás verdadera intención de satisfacer ese morbo. Y menos aún el torero, por más que su escolta lírica le obligara con la misma exigencia que Valle a Belmonte, sin que en esta ocasión estuviera el matador dispuesto a hacer «lo que se pueda».
Tanto se demoró la ejecución de Perry Smith y Dick Hickcock, los asesinos de los Clutter, que Truman Capote naufragó en un estado de ansiedad porque no podía ponerle final a A sangre fría. Cuando José Tomás no era todavía un samurai démodé, podía indentificarse una impaciencia semejante entre esos rapsodas suyos que acudían a la plaza con la secreta esperanza de presenciar por fin la cogida letal que necesitan para cerrar el serial iniciado con la reaparición. Uno tiene la convicción de que, si le seguían por toda España, no era tanto por afición, sino por el riesgo de que al jodido le diera por dejarse matar precisamente la tarde en que les dio pereza echarse a la carretera a padecer la canícula. Recuerdo aún aquella tarde en Linares, bajo el influjo fatal de Manolete, en la que nadie dudaba de que hasta el propio José Tomás tenía que reconocer que era la corrida ideal para terminar con un final de ley los libros biográficos ya pergeñados. Pero el torero se resistió, acaso porque tuviera proyectos propios: los de un hombre antes que los de un personaje. Y los tomasistas ilustrados, aburridos por un argumento demasiado estirado, han ido desertando hasta abandonar al torero, este verano, en una clandestinidad de plazas inferiores y de faenas sin apenas impacto. La zarandaja mística ya no da más de sí, la reaparición evangélica ha agotado su esplendor. Cuando no le queda ni quien le escriba, JT sólo puede, o retirarse de nuevo, o regresar a las plazas, los carteles y las ganaderías donde cabe esperar que esté simplemente un torero.
De falsos suicidas, de David Gistau en El Mundo
Viernes 21/agost/2009Este verano, la expectativa de contemplar un suicidio televisado ha basculado de José Tomás a Coto Matamoros. Ninguno de los dos tuvo jamás verdadera intención de satisfacer ese morbo. Y menos aún el torero, por más que su escolta lírica le obligara con la misma exigencia que Valle a Belmonte, sin que en esta ocasión estuviera el matador dispuesto a hacer «lo que se pueda».
Tanto se demoró la ejecución de Perry Smith y Dick Hickcock, los asesinos de los Clutter, que Truman Capote naufragó en un estado de ansiedad porque no podía ponerle final a A sangre fría. Cuando José Tomás no era todavía un samurai démodé, podía indentificarse una impaciencia semejante entre esos rapsodas suyos que acudían a la plaza con la secreta esperanza de presenciar por fin la cogida letal que necesitan para cerrar el serial iniciado con la reaparición. Uno tiene la convicción de que, si le seguían por toda España, no era tanto por afición, sino por el riesgo de que al jodido le diera por dejarse matar precisamente la tarde en que les dio pereza echarse a la carretera a padecer la canícula. Recuerdo aún aquella tarde en Linares, bajo el influjo fatal de Manolete, en la que nadie dudaba de que hasta el propio José Tomás tenía que reconocer que era la corrida ideal para terminar con un final de ley los libros biográficos ya pergeñados. Pero el torero se resistió, acaso porque tuviera proyectos propios: los de un hombre antes que los de un personaje. Y los tomasistas ilustrados, aburridos por un argumento demasiado estirado, han ido desertando hasta abandonar al torero, este verano, en una clandestinidad de plazas inferiores y de faenas sin apenas impacto. La zarandaja mística ya no da más de sí, la reaparición evangélica ha agotado su esplendor. Cuando no le queda ni quien le escriba, JT sólo puede, o retirarse de nuevo, o regresar a las plazas, los carteles y las ganaderías donde cabe esperar que esté simplemente un torero.
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