TOROS MÁLAGA
La santa ira
(Foto:Hugo Cortés.- Torea E. Ponce)
LA FICHA: Málaga, 22 de agosto de 2009. Plaza de toros de La Malagueta. Entrada cercana al lleno.
Toros de Juan Pedro Domecq, en el límite de la presentación excepto los dos últimos, chicos. El mejor fue el 2.º, mientras que 1.º, 3.º, 5.º y 6.º, se rajaron en diverso grado. El 4.º, de embestida irregular. En resumen, mansos con diversos matices.
Enrique Ponce: oreja y petición de otra y dos orejas.Salvador Vega: ovación tras 2 avisos y silencio.José María Manzanares: ovación y silencio.
Juan Ortega.- Málaga, 23-08-2009.- Después de pasarlas moradas ayer, la noche debió serenar a Ponce, que, posiblemente, habrá decidido cazar los toros y torear los muflones de su amigo Samuel en vez de lo contrario, que tan poco le renta. Llegó Ponce con ira hirviente, dispuesto a poner las cosas en su lugar, a pesar de que ya no contaba en el palco con el presidente que le venía concediendo cada temporada el par de orejas de oficio, y vino dispuesto a ganárselas, con rabia y rabieta y con una decisión encomiable.
El primero mostró enseguida su natural, la querencia a toriles, que Ponce logró retener sabiamente en unos técnicos y toreros doblones, aumentando el ángulo de giro precisamente cuando señalaba los chiqueros, para impedir la fuga que ya había cantado. Hubo dos buenas series con la derecha en el centro del ruedo para, después de dos molinetes y un cambio de manos, lograr la mejor con la izquierda, llevando el brazo casi paralelo al cuerpo para bajar más la zurda y arrastrar la muleta desflecada. El toro no admitía la pelea y se fue rajando hasta terminar en casa, donde Ponce se adornó y recetó una soberbia estocada.
El cuarto entró con fuerza al caballo pero se le picó escasamente y parecía venirse arriba en banderillas, siempre sin clase. Llegó a la muleta topando más que embistiendo y el valenciano se aplicó a la tarea de corregir defectos, especialmente el de conseguir una embestida homogénea, en vez de una trompicada en ocasiones, irregular siempre, que no le permitía alcanzar el objetivo de un ritmo adecuado, lo que logró hasta poder interpretar dos series muy buenas bajando la mano todo lo posible. En ese momento, Juan Pedro Domecq, presente en la plaza, se constituyó en su deudor, porque si el toro iba, era por la muleta de Ponce, por su tan cantada buena cabeza y por su valor, no por el material taurino averiado que le proporcionó. Vinieron después los naturales de uno en uno plegando la muleta antes de cada pase, hábil solución 'ponciana' para torear sin exigir al toro lo que no tiene y acabó con dos circulares invertidos rodilla en tierra que pusieron al público en pie. Volvió a matar bien y le llegó el triunfo, esta vez a lomos de una santa y justa ira, pues lo de Samuel no tuvo nombre, ni siquiera apellido. Es bueno que un matador, tras casi veinte años, salga dispuesto a ponerse en su sitio y lo consiga. Tampoco es casualidad que la diferencia venga marcada por las figuras que lo son por derecho propio, por capacidad y por marcar un nivel al que los demás no llegan.
Salvador Vega quiso y toreó al segundo despaciosamente, pecando de falta de pasión y de aparente sobra de indolencia, amontonando los pases en lugar de construir faena, privándose de un crescendo que se quedaba en pianissimo. El quinto frenaba la embestida derrapando de atrás y quemando rueda, lo que es signo de triunfo automovilístico y de fracaso taurino. En esta ocasión, Juan Pedro debía haber invitado a toda la plaza para disculparse.
Manzanares estuvo de sabático en el tercero, una birria, y lidió al sexto, que parecía el torito de lo alto del televisor antiguo, que ahora los hacen de plasma, son más finos y ya no caben toro ni gitana.
Ponce aplacó su ira con el triunfo y, sin saberlo, me la traspasó. Por lo de Juan Pedro, caramba, que ya está bien. Menos buscar pelos exóticos, jabonero y albahío, y más seleccionar bravura. ¡Digo yo!
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