Por ANTONIO D. OLANO / Fotografías ©DOLORES DE LARA
Julito Iglesias sigue igual. La dulce y almirabarada y a veces meliflua voz del cantante madrileño se ha estancado. Dicen que los años no perdonan. El trata de disimular su cronología subiéndose a un escenario, iluminado en azul para disimular los surcos en su operadísima jeta. Lo envenenan de azules. Y con más sombras que luz.
Cuando no está a la conquista del universo mundo y de las mujeres que se le pongan por delante, viene a España en donde hace caja, no importa en qué escenarios. Se lo curra, le pagan y se lo lleva crudo. O a medio hervor porque la crisis no está para coñas marineras.
Le ha caído en suerte la ciudad Real llamada Aranjuez. Rio fuentes, palacios, fresas y espárragos. El maestro Rodrigo se hizo famoso y rico con “el concierto de Aranjuez”. Lo que ocurrió con Julio Iglesias, teatro lleno y cenas a precios astronómicos fue “el desconcierto de Aranjuez”
Julito sueña por las noches que es Frank Sinatra. Los niños que cuentan ovejitas para dormirse y de pronto se mean en las camas, también están soñando. Los sueños del ya veteranísimo Julio Iglesias, no son los de la razón aunque produzcan monstruos.
Quiere actuar en una parafernalia que ya no está de moda. Muchos guardaespaldas, exagerada seguridad y desprecio absoluto a los medios de comunicación que ya no le persiguen; pero que le siguen.
La reaparición del don juanesco juglar, digámoslo en su lengua gallega, fue una desfeita.
“Os vellos non deben enamorarse”, escribió su paisano y mi paisano Castelao. Puede aplicarse el titulillo don Julito, el de las calzas verdes. El secreto de la permanencia es saber adaptarse cosa que le ocurre a su colega, verdaderamente universal, Don Rafael Martos con su manera de cantar, estar y comportarse si Dios le sigue dando vida, tiene carrera para rato. Es diverso. Don Julito vive en el caldo de cultivo de una popularidad que también se pierde. Y que es, como en su eterno cantar, monótona y desfasada.
En Aranjuez, en los aledaños de su Casino, nos volvieron a picar los mosquitos. No echamos la jornada a perder porque siempre nos quedaran los comedores de “Casa Pablo” sus embutidos, sus mariscos, sus platos bien condimentados en una de las cocinas más justamente famosa de España nos compensaron de la velada a cargo de don Julito.
Sus admiradores y su familia que no lo olvida siguen siendo los mismos. Su agitada y aburridísima existencia sigue siendo igual.
Y, después del jolgorio, de la gala, concluyamos con desearle sentido común. Dejó paz .Y, después, ya es difícil que lo siga mimando la gloria.
Don Julito ya no decepciona porque ya no enamora.
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