“ ANTOÑETE” : PRESENCIA DE UNA GRAN AUSENCIA
Por ANTONIO D. OLANO
Me espanta la semana del duro que es como la llamaba Cesar Gonzales Ruano a los ocho días que siguen a la muerte de un famoso. Cuando este luctuoso acontecimiento se produce todos los cuervos literarios se echan sobre la presa. Unos y otros en lugar de escribir del desaparecido lo hacen sobre sí mismos. Yo les llamo las viudas de los personajes. Ni uno solo de los desaparecidos era únicamente un conocido para ellos. Deberían figurar en las esquelas mortuorias uniendo sus nombres a los de los familiares y personas piadosas. Cuando alguien se refiere a las lágrimas de cocodrilo me parecen que retratan fielmente a las plañideras de oficio. En cuanto finaliza la susodicha semana los muertos se van a la sepultura o ya fueron cremados. Los cuervos literarios esperan que caiga una nueva presa. Creo que en alguna de mis crónicas he referido el caso de un escritor orensano que tenia escritas las necrológicas de todos sus amigos y si fallecía la enviada rápidamente a los periódicos. Pero resulta que por esas casualidades nada casuales de la vida le toco finiquitar a él. La viuda pidió a un íntimo amigo del escritor que revisase sus papeles. Comenzado este trabajo salió disparado de la casa del muertecito acordándose de todo su árbol genealógico y blasfemando contra él.
¿Qué despertó sus iras?
Pues encontrarse con su propio obituario que, como tantos otros tenia entre su archivo mortuorio el escritor fallecido. Lo dicho: existen profesionales de los premios literarios que los buscan con ayuda de mapas y libros que se refieren al pueblo que ha convocado los juegos florales. Muchos poetas de segunda y cuarta fila viven de versificar todo lo versificable.
Viene a cuento esta explicación porque a raíz de la muerte de Antoñete muchos me preguntaron por mi silencio en torno a una gran figura que ha sido uno de mis mejores amigos. Pienso que si leen estas líneas no tendré que ofrecer respuesta alguna. Me he tomado las pausas que me conceden los días pasados desde que murió el gran torero. Grandeza que aprecio pero que no me viene ni me va si se trata de la pérdida de un amigo. Y yo lo he sido y con gran intensidad del ciudadano Antonio Chenel.
Antoñete es de todos los toreros el que pasó, sin que se le rompiese las ballestas por mas carreteras secundarias y autopistas prácticamente nació y desde luego se crió en la plaza de toros de las ventas que era su verdadera casa. En el patio de esta su casa se hizo torero. Pasó por muchas visitudes no siempre deseadas y supo sobre ponerse a los palos, muchos muy fuertes que le dio la vida. A su vez él se apareo a la vida fuertemente.
Comenzó su carrera taurina siendo calificado como una grata revelación. Fue ascendiendo en el escalafón taurino no tan de prisa como hubiese merecido y deseado desde el primer momento. Antonio Chenel se afilió a la vida, lo importante es vivirla pero él la vivió apuradamente recuerdo nuestras reuniones en la piscina del “Hotel Emperador” de Madrid durante los cálidos veranos. Allí nos reuníamos provistos del atuendo veraniego muchos clientes y amigos, las escenas fueron dignas de relatos varios. Entre los clientes figuraba Ignacio Sánchez Mejías, hijo del torero muerto y que protagonizó uno de los poemas más sentidos de toda su carrera literaria. Eran, efectivamente las cinco y media de la tarde pero la tragedia quedó para siempre en la inmortalidad de los aficionados a la literatura, a los toros y sobre todo a la cultura.
Su hijo, apoderado de toreros era un hombre dicharachero, locuaz, simpático y con curiosas aficiones, una de ellas la de alimentarse con huevos fritos, lo que hacía que se le conociese con él sobrenombre de huevo frito.
Antoñete, navegaba por la cresta de la ola y matrimonió con una ilustre dama hija del banquero López Quezada. Tuvo varios hijos y el matrimonio fue breve.
He escrito centenares de páginas respecto a la biografía del torero. Pero, a la espera de otra definitiva publicación vuelvo a contar lo que el me reveló. Antes de cada corrida celebrada en Madrid pasaba horas incluso noches en la iglesia en la que se conmemora a la virgen de la paloma. Con tendencias izquierdosas era un devoto de ese lienzo que es casi la patrona de Madrid.
Antoñete se hundió muchas veces y salió a flote en plena madurez. Aprovecharé que ya han pasado los de la semana del duro para contarles verdaderas historias del torero que más veces se retiro y reapareció y que ya maduro alcanzó el cielo de la tauromaquia y en algunas ocasiones eso que se llama felicidad amorosa. Porque la espada de Antoñete tenía semejanzas con la de Don Juan Tenorio.
Me cuentan que el sepelio de Antoñete fue todo lo triunfal que puede resultar una ceremonia mortuoria. Asistieron millares de personas ,porque la muerte de un famoso siempre es un espectáculo que algunos no pueden perderse.
Un golpe de ataúd dado en tierra es algo muy serio.
Un sepelio parecido en más intensidad y emociones fue el de “El Yiyo”. Antoñete formaba parte de la terna de Colmenar Viejo en el que un toro partió el corazón de un torero, casi un niño que mandaba en la Fiesta.
Al día siguiente Antoñete coincidiendo la hora del entierro de Yiyo, toreaba en Almería en donde fue seriamente herido.
De estas dos muertes he aprendido muchas cosas, una de ellas es que es peligroso el oficio del toreo y dolorosa la vocación de amigo de los toreros.
Pasaran diez, veinte, cien años. Y las personas de la calidad humana y profesionalidad de los citados toreros nunca se desvanecerán.
mi adiós al maestro con el que compartí tertulias a mediodía en el desaparecido Mayte Commodore..
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