sábado 26 de noviembre de 2011
Por Fortunato González Cruz
Monseñor Ubaldo Santana, Arzobispo de Maracaibo
“..Quiero abogar por la eliminación de las corridas de toros del programa de la feria y por qué no, también de los carteles del mundo entero. El maltrato a los animales es una triste y lamentable prolongación del maltrato que los seres humanos nos infligimos mutuamente, del cual las mujeres, los niños y ancianos son las principales víctimas..." (Monseñor Santana)
Carta al Presidente de la Conferencia Episcopal
Vicepresidente del Capítulo Mérida del Círculo Amigos de la Dinastía “Bienvenida” y vocal de la Directiva Nacional.
Señor Monseñor Ubaldo Santana
Arzobispo de Maracaibo y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana Caracas.-
Tengo el honor de dirigirme a usted y por su intermedio a los honorables miembros de la Conferencia Episcopal Venezolana, en mi condición de Vicepresidente del Capítulo Mérida del Círculo Amigos de la Dinastía “Bienvenida” y vocal de la Directiva Nacional de esta organización, con el objeto de exponer nuestra posición sobre las corridas de toros, condenadas por usted en la homilía pronunciada ante todo el país en la Misa Solemne en día de La Chinita, frente a su basílica. Entendemos que esta no es una posición asumida por la Conferencia Episcopal Venezolana, puesto que esos mismos días monseñor Reinaldo Del Prete, Arzobispo de Valencia, asistía como aficionado a las corridas de toros escenificadas en la Plaza Monumental de Valencia, que se realizaban en el marco de los festejos de la Virgen del Perpetuo Socorro. Según la reseña que hace el diario Panorama, dijo usted lo siguiente: “Quiero abogar por la eliminación de las corridas de toros del programa de la feria y por qué no, también de los carteles del mundo entero. El maltrato a los animales es una triste y lamentable prolongación del maltrato que los seres humanos nos infligimos mutuamente, del cual las mujeres, los niños y ancianos son las principales víctimas. Cómo se va a erradicar de este mundo la crueldad y el maltrato si nosotros seguimos ostentándolo como un espectáculo para distraer al pueblo. Madre de misericordia, enséñanos a promover la cultura de la vida, del respeto de la convivencia más sana entre la creación y el medio ambiente. No podemos decirnos seguidores de Jesús y devotos de la Chinita y aceptar pasivamente tantos actos de crueldad”.
Sus palabras, pronunciadas en un marco tan solemne, causó malestar entre los aficionados taurinos quienes en su inmensa mayoría somos católicos practicantes. Seguramente usted sabe que en las plazas de toros existe una capilla a la que concurren los toreros y sus cuadrillas a orar; que en los aperos de la lidia como en el capote de paseo, en la montera y en la chaquetilla colocan imágenes de Jesús, de María y de algunos santos de la devoción de cada quien. Que antes del comienzo de cada faena se pide “Que Dios reparta suerte”, entre otras razones porque enfrentar a un toro bravo significa poner en riesgo la integridad física y la vida. También estoy seguro que usted sabe de la vinculación entre la devoción a la Virgen María en sus diversas advocaciones y los festejos taurinos, como sucede con la Virgen de La Macarena, la Virgen del Rocío, la Virgen de los Toreros, La Mercé, la del Pilar y muchas más. Que la misma devoción a Jesús se manifiesta en los toros como la Feria de Quito dedicada al Señor del Gran Poder, la de Riobamba al Señor del Buen Suceso, la del Señor de los Milagros de Lima, o la de Sevilla en Semana Santa. Se conoce como “toricantano” a la res que ofrecía quien se ordenaba sacerdote y cantaba su primera misa.
Se puede asegurar sin temor a caer en exageraciones que los festejos taurinos están íntimamente ligados al ritual católico puesto que vinieron a América formando parte de las fiestas patronales y de otras fiestas sagradas. Son los hechos históricos y los procesos de formación cultural, respetado Monseñor, los que nos aficionaron a los toros. Lo asimilaron los indígenas que realizan sus corridas de toros a la usanza española con un gran contenido sincrético, como en muchas manifestaciones religiosas entre ellas designar a la Virgen de Guadalupe con el nombre de La Chinita. No es menos cierto que en algunas etapas de la Iglesia, no las mejores, algunas autoridades abogaron por la eliminación de las corridas, sin lograrlo.
En cuanto a los argumentos que usted alegó en la homilía, señala en primer término que: “El maltrato a los animales es una triste y lamentable prolongación del maltrato que los seres humanos nos infligimos mutuamente, del cual las mujeres, los niños y ancianos son las principales víctimas”. Dicha afirmación debería contar con alguna base. ¿Conoce usted algún estudio que vincule a la familia taurina con la violencia, la tortura, la criminalidad, o el maltrato a las personas o a los animales? ¿Sabe de algún escándalo criminal protagonizado por taurinos contra personas o animales? Allí mismo en Maracaibo donde la violencia deja demasiada sangre derramada en sus calles, avenidas y comunidades especialmente las populares todos los días ¿cuántos taurinos están señalados como responsables de hechos violentos? Puede usted señalar al distinguido zuliano y aficionado taurino Dr. Fernando Chumaceiro de criminal? ¿Y al Dr. Oswaldo Álvarez Paz? ¿O a la familia Belloso? Me limito a nombrar algunos amigos que compartieron conmigo en las gradas de la plaza de toros de Maracaibo y que fuimos luego a ponernos de rodillas ante la sagrada imagen de La Chinita. No, monseñor, es al contrario: Los toros siempre han estado vinculados a la generosidad, a la caridad, a la buena conducta, a la unidad familiar. La agrupación a la que pertenezco recuerda los sólidos valores de la familia Bienvenida, una modélica y modesta familia católica que hizo del toreo su carisma y su modo de adorar a Dios, como otros lo hicieron a su manera: Bach con la música, Miguel Ángel con el pincel, Teresa de Ávila (taurina, monseñor) con su literatura y Antonio Bienvenida con su capote y su muleta. Y la comparación no es ni casual, ni atrevida, ni aventurada.
Dijo usted: “Cómo se va a erradicar de este mundo la crueldad y el maltrato si nosotros seguimos ostentándolo como un espectáculo para distraer al pueblo. La inconsistencia de semejante argumento tropieza con la base de nuestra religión católica que recuerda en cada misa la liturgia de la tortura y de la muerte de Jesús. La representación iconográfica de Jesús es la de un cuerpo ensangrentado y colgado de la cruz. ¿Significa para usted una distracción espectacular? ¿Somos cultores de la tortura y de la muerte porque nuestro Dios se hizo hombre y lo torturamos hasta matarlo? La argumentación puede llevar a terrenos que usted conoce conocer mejor que yo. La tendencia a humanizar los animales es simultánea con la de animalizar al hombre, y pretende reconocer derechos a los animales como si fuesen seres racionales, provistos de carne y espíritu. Su argumento coincide con los de los grupos ecologistas extremistas, movimientos antitaurinos que también son antirreligiosos y anti sistema que han asumido la supuesta defensa de la ecología, el ambiente y los animales como también el libertinaje o la irresponsabilidad, consecuencia de modelos de vida existencialista basada en doctrinas nihilistas o tendencias surgidas cuando los argumentos socialistas comunistas fueron demolidos por la historia.
Las corridas de toros son un espectáculo, un rito, un arte y una expresión cultural, eje de un complejo mundo particular con sus valores, símbolos, expresiones y relaciones. Constituyen mecanismos de interacción y de socialización como muchas otras actividades humanas, que relacionan a las personas de una manera particular propia del ambiente que sólo se reproduce en torno a la fiesta brava. Como en todo fenómeno de masas: el deporte o la música, por ejemplo, genera un tipo de relaciones humanas y sociales con sus fondos afectivos y pasionales, con su lenguaje particular, sus símbolos y sus reglas. Los aficionados taurinos vamos a los toros con el ánimo propio de ganar-ganar, como todo espectador del arte, con una actitud semejante al que asiste a un concierto u observa un cuadro. La diferencia está en la carga de pasión, en el estremecimiento que seduce y cautiva cuando el artista pone su vida en la obra que realiza. Es posible que este elemento particular determine que en las plazas de toros se fragüen amistades duraderas y se establezca entre los aficionados grupos muy estrechos como peñas, clubes y círculos con una gran coherencia interna. El aficionado taurino no se recrea en la sangre, que la hay, sino en la creación artística en la que existen componentes dramáticos como en la tragedia, que aquí no son simulados sino ciertos: el valor, la inteligencia, la expresión, el peligro, la belleza y el poder del toro, la puesta en escena, todo un conjunto mágico y singular.
Usted alega en contra de las corridas de toros que se trata de torturar a un animal indefenso. Al respecto dice el filósofo francés Francis Wolf (2008) que “Es un insulto a todos los torturados de la tierra. Es querer invertir el sentido de las palabras: torturar es, sin correr ningún peligro, hacer sufrir a un adversario al que se ha dejado indefenso, mientras que lidiar un toro, consiste en que el animal pueda en todo momento atacar libremente a su oponente al que puede herir en cada instante, un animal cuya bravura y peligro se acrecientan según transcurre el combate.… El toro no es tratado como una bestia nociva que podemos exterminar ni como el chivo expiatorio que tenemos que sacrificar, sino como una especie combatiente que el hombre puede afrontar.”
Solicito respetuosamente nos permita una exposición de nuestros criterios ante la Conferencia Episcopal Venezolana, o que alguno de los obispos miembros que conocen de estos asuntos taurinos expongan sus criterios. Le ofrezco respetuosamente un trabajo sobre la historia de las prohibiciones de las corridas de toros y los argumentos manejados en todas las épocas, incluida la actual.
Esta reacción no menoscaba en modo alguno mi absoluto respeto a la Jerarquía, es el ejercicio de la libertad para expresar mi desacuerdo con una visión que usted ha debido guardar para sus espacios privados, no para exponerlos ante una feligresía que encuentra en las corridas de toros una manifestación de una cultura profundamente cristiana.
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