martes, 20 de diciembre de 2011

Joaquín Merino, DE VOCACIÓN GALLEGO Y DE PROFESIÓN LA VIDA

 Joaquín Merino

ESCRITOR DE ALTOS VUELOS Y GRANDES VIAJES

JOAQUIN MERINO, POLIFACÉTICO DE LUJO,

CONFESÓ QUE HABIA (COMIDO, BEBIDO Y VIVIDO Y  AMADO)

Por ANTONIO D. OLANO

©Dolores de Lara

Morir es perder las ganas de seguir viviendo, escribió César González Ruano. No las perdió hasta el final de su existencia, pródiga en vivencias humanas trasladadas a sus palabras y a sus libros, un personaje que, entre otras andaduras, escribió sus experiencias y su defensa de la ecología en “El País” y las trasladó a los micrófonos de la SER.

Joaquín,cuando se encontraba contigo la pregunta era la misma, el saludo de siempre: “¿Como estás, príncipe?”.La respuesta, a él debida, era llamarle principón. Y, la verdad de la buena, que decíamos de la misma manera que solicitábamos un “café, café” en tiempos de sucedáneos, como la tortilla sin huevos de nuestra postguerra, la verdad es que Joaquín Merino era un principón.

Un título rotundo que debería formar parte de las familias reales. En las que se exhiben los más pomposos títulos. Desde Rey y Reina a príncipes, mayormente de Asturias patria querida, que indica la no siempre probable sucesión de los monarcas. De la que, nadie lo niegue, lo más teatral – todo lo que no es teatro es parodia- lo más sonoro y ostentoso era aquella frase entre el duelo y la esperanza:

“El Rey ha muerto, ¡Viva el Rey! “

Una frase no de defunción sino de anunciación.

De Joaquín Merino podías esperarlo casi todo, menos que se te escapase por esa puerta trasera y traicionera que es la muerte. Que,dice Jorge Manrique, la muerte, va a dar al mar, a la nada, la muerte, es la muerte.

De él todo se podía esperar, menos una esquela mortuoria. Joaquín Merino era una constante fiesta, cuando menos de cara a la galería. Otro periodista también desaparecido, Ricardo Cid Leno, me aconsejó cuando arribé, más pardillo que pipiolo, más hambriento de éxitos que de manduca, en la redacción de “El Alcázar” otro que tampoco se rendía:

“Chico, nunca cuentes tus desgracias a nadie. como las voy a contar: Si se quieren reir, que lo hagan de sus padres”.

Enmarcado en sus grandes y gruesas gafas “de ver”, luciendo discreta barba, armado con un vaso lleno de gin-tony o whisky, bien trajeado y con la sonrisa que estaba presta a ilustrar maliciosamente una de sus habituales ironías, ese humor que escuece; pero que no mata.

Joaquín y yo nos hicimos amigos de pronto porque ya lo éramos desde siempre. Militamos en las mismas filas profesionales y fuimos pioneros en las crónicas gastronómicas que hace algunos años “ aún no se llevaban” y que, pronto, ocuparían columnas y páginas de diarios, espacios de radio y de televisión. España había pasado de las alpargatas, al 600.Y, cosas de nuevos pobre enriquecidos. Abandonaba la sacrosanta costumbre de las tascas por los “Jockey”, “Horcher” “Lhardys” de lujo.

Cerramos filas y abrimos comedores los espadachines del buen comer que algunos confundían con el “forrarse. Aparecía hablando de manducas, Maruja Cañavet y se perfilaba no en rústica, sino en edición de lujo, la prodigiosa Gil de Antuñano. Todos los años aparecía una guía gastronómica redactada por el humor de primera fila del que era dueño Alfonso Sánchez. Los gustos del extranjero de fuera nos los transmitía con humor Julio Camba, un anarquista enemigo del cocido, por desamor de los garbanzos indomables y que, paradojas, todos los días del año madrileño me preguntaba en donde podíamos comer cocido.

Los aristócratas e intelectuales, todos juntos o por separado, ponían sus “gothas” al servicio del buen yantar y así aparecieron en la escena escrita mujeres como la Marquesa de Pozas, hija de otro critico gastronómico controvertido, el Conde de los Andes. En lo que respecta al género culinario relacionado con la aristocracia recordemos como pionera a doña Emilia Pardo Bazán, condesa de su mismo nombre y escritora líder de sus tiempos que eran los de su amante Pérez Galdós.

Numerosos intelectuales mojaron sus plumas en salsas exquisitas: Alvaro Cunqueiro, José Maria Castroviejo, Néstor Luján, Josep Plá, Victor de la Serna (padre, hijo y ahora su brillante nieto), Luis Bettónica, Salvador Dali, los hermanos Domingo (Javier, devoto de “Sacha” y que nos reconfortó aconsejándonos que debemos hacer “cuando solo nos queda la comida”. Sin olvidar a Cristino Alvárez, deteniéndonos muy cuidadosamente en un verdadero maestro, Luis Cepeda que comenzó su andadura literaria gastronómica con sus “Crónicas del paladar”. O López Canís, creador de “Gourmet”. Y, un respeto, Jorge Víctor Sueiro con el que comí hasta siete veces en el mismo dia en variopintas calabriadas gallegas y madrileñas. Y mis queridas mujeres: Ana Mediavilla, la más bella de los Modigliani, la “Pacita”, la Mijares, Nines, Arenillas..

Pero el que estaba, como decía Santa Teresa de Dios, entre los pucheros era Joaquín Merino. Su nombradía como experto gastronómico esta avalada por su calidad y cantidad de gourmet. Era capaz de beberse el agua de los jarrones y comerse las estopas de la unción.

Los dos, él y yo, podíamos contar mucho de la vida vivida. Los “Midem” de Cannes en cuya fiesta inaugural extendimos por el suelo, luego los llevamos a la andorga, cien quesos franceses. Las excursiones e incursiones en todo el Sur de Francia con nuestro patrón de “Dyeresa”.

Y esos viajes a Inglaterra  lo dedicó a  sus dos más famosos libros:”Londres para turistas ricos “ y “Londres para turistas pobres”. Encontramos también otro famoso libro, del mismo autor, “Londres para pecadores”. 

Entre Merino y Graham Greene me enseñaron a querer a Inglaterra. Que ya son ganas de querer, incluso a una madrastra se podía querer más. Joaquín no era, sino que sigue siendo, los libros no mueren nunca, fue un escritor fastuoso. ¡Mamaiña, como exclamaba él, ¡claro que si lo era!

     

Su matrimonio con una admirada mujer, Mercedes, lo convirtió en gallego consorte. Y a fe que contribuyó a las medras de una Galicia a la que él amaba.(Amaba sus vieiras, sus percebes sus almejas, sus mejillones, sus ostras, su pimientos de Padrón, sus centollos, sus bogavantes, sus langostas, sus quisquillas, su empanada de raxo, sus patacas ilustradas junto al chourizo, el lacón con grelos…La cacheira, el rabo, que de verdad el cocho es el mejor amigo del hombre, mucho más que el perro, naturalmente.

Y esos placeres también los experimentábamos en sus y mis madriles con ocasión de los viajes a la Villa y Corte, de su suegra a la que él llamaba “la Cambados”. Venía con cestas llenas de productos celtas y los banquetazos en la casa madrileña de los Merinos eran de “estoupar”. Todo regado con vinos albariños y rematado con filloas bien acompañadas por ese aguardiente blanco o de hierbas que matan a un vivo o levantan a un muerto,

Arosa era su imperio. Y el verdadero trono ,los banquetazos en “Chocolate”. Manolo Cores, su propietario y Merino eran uña y carne, uña de buen percebe y carne de los famosos asados del “restaurador”. Se distanciaron y no me atrevería a terciar en el juicio salomónico. Sentí su ruptura en el alma. El “choco” es la bondad, la ingenuidad y la sinceridad andante y navegante. ¿Qué puedo opinar?-pues que son pláticas de familia de las que nunca hice caso.¡ Con su amor propio que es la antesala del desamor se lo coman, manda carallo.

Joaquín tuvo muchos y espléndidos y peculiares hijos, yernos y nueras acordes con ellos. Y sufrió la pérdida de alguno de ellos . Amor con dolor se paga. Y amor le siguen tributando los suyos, entre ellos no se si cincuenta, ochenta o medio millar de nietos.

Pienso que Joaquín no se os ha ido. Ha hecho una de sus frecuentes escapadas a las que nos tenía acostumbrado.

Fuimos compañeros, no del alma, que uno prefiere la realidad del cuerpo, en numerosas ocasiones. Verbigracia ante los micrófonos del medio día en “Radio Madrid”. ¡Que grande gente, y por esos amigos, presentaba magistralmente Goyo González!. Si, coño éramos como niños. El ingenioso y mentiroso y prodigioso hidalgo, poeta, poeta de la cabeza a los pies, Rafael Herrero Mingorance, Quijote de un Sancho sin ínsula barataria, Paco Barrero, El humor y la ternura, la sapiencia y la humildad de Joaquín Vidal. Los tres, más Joaquín Merino, ya se nos fueron. Tal vez volveremos a encontrarlos en el perdido Bosque Animado de ese genio ninguneado llamado Wenceslao Fernández Flórez. Quizás, curiosos, formen en las filas de la Santa Compaña.

Quizás participen en los aquelarres sabatinos de las meigas en las que no creían; pero admitían que “haberlas hailas”. ¿Y si ellos forman ya parte del batallón de los trasgos? Antonio D. Olano, Pablo Kesler y Joaquín Merino

Joaquín se nos fue cumpliendo con los mandamientos: plantó numerosos castaños y pinos, tuvo numerosos hijos, fue pródigo en descendencia y escribió no uno, sino medio centenar de libros. Fue popular en todas sus facetas, como la de promotor musical. Y podría titular sus inéditas “memorias” parafraseando otras confesiones: Confieso que he vivido, confieso que he querido, confieso que he comido, confieso que he bebido, confieso que me he divertido, confieso que he sufrido.

2 comentarios :

  1. Amigo Antonio: Gracias por tus recuerdos del inolvidable Joaquín, a quien tanto quisimos y con quien tanto nos divertimos y comimos y bebimos y vivimos.
    Te sigo en digitales por monteras y garbanzos de plata.
    ¡Que seas tan feliz como siempre, y más, en el nuevo 2012.
    APULEYO SOTO

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  2. D. Antonio, aún recuerdo un viaje a Gales en que les acompañé, joven reportero inexperto a ustedes dos, Olano y Merino, mis primeros dos maestros consagrados. ¡Qué nostalgia...amigo! Un saludo, D. Antonio, y levanto mi copa por "El Príncipón".

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