Por Jesús Sevilla Lozano Fotografías:©Dolores de Lara
Por muy especiales circunstancias personales, que a continuación voy a detallar, he tenido la gran suerte de charlar en siete ocasiones y de alcanzar un cierto grado de amistad con el recientemente fallecido don Manuel Fraga Iribarne, el extraordinario político -muy español y muy gallego-, que ha llenado con su asombrosa personalidad la vida política, cultural y hasta la socio-económica de España durante el siglo XX. Y es de agradecer que, en las seis ocasiones citadas, mantuviera conmigo una actitud abierta, franca, afectuosa, como si nos conociéramos de toda la vida o fuéramos amigos de siempre; pienso que quizá sería por mi condición de médico-escritor y periodista y porque ambos teníamos similares principios éticos, morales y religiosos y un alto concepto patriótico de España.
Conozco bien que se le ha acusado en numerosas ocasiones, -y hasta vejado e insultado, injustamente- de autoritarismo, rigurosidad, exigencia y de cierta brusquedad de carácter o forma de ser; ¡vamos "como si fuera un ogro"! Y supongo que serán ciertas muchas de las anécdotas y “leyendas” que, sobre su fuerte genio y personalidad, se han escrito o manifestado; pero, ya sea por estas u otras circunstancias las causas de las críticas a tan rígida conducta y “la mala prensa“ que le acompañó, la realidad es que conmigo, fue siempre humano, sincero, amable y con modales de un auténtico caballero o de "gentelman inglés".
Desde luego, no se puede negar que, como toda persona, tuvo sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus fallos, sus cosas buenas y menos buenas; por ejemplo, esos guiños amistosos que tuvo con personajes tan desprestigiados y denostados como Fidel Castro o Santiago Carrillo, personas que, en principio, estaban en el polo opuesto de sus ideas políticas y religiosas; pero Fraga siempre ha sido así: una ejemplar humano sorprendente, paradójico a veces, aunque con una enorme capacidad de lucha para defender sus ideas y, al mismo tiempo, con una gran tenacidad y capacidad de sacrificio para “tender puentes”, incluso con personas que no pensaban como él; y, en consecuencia, como hábil político trató siempre de lograr consensos y acuerdos con adversarios o enemigos que aceptaran el juego democrático.
Y como de Fraga ya se ha dicho casi todo lo positivo y negativo en los medios de comunicación, permítanme que ahora les relate mis personales encuentros con "Don Manuel":
Mi primera entrevista tuvo lugar en 1976, a los pocos meses de crear su primer partido político, el de Alianza Popular, junto a un grupo que, en principio, lo encabezaban siete grandes personalidades del momento y que algunos periodistas bautizaron como "los siete magníficos". Recuerdo que nos invitó a cenar, en el veterano y magnífico Casino de Madrid, a 20 personas de cierto relieve de RTVE ; y al finalizar la cena, a los postres, fue cambiando de butaca para ponerse frente a cada uno de los comensales para pedirnos nuestra opinión política personal. Para mí fue muy instructiva y halagadora esa corta charla, principalmente por su enorme personalidad y vehemencia y por el trato tan humano, caballeroso y cordial, a pesar de que se dirigía a un joven médico, no político, del personal de galenos de Prado del Rey.
Mi segunda ocasión surgió en 1977. Ejercía yo, entonces, como presidente de la Asociación de Padres de Alumnos (A.P.A.), del Colegio Liceo Sorolla de Madrid, en donde estudiaban mis hijos; y, lo visité en su despacho del piso que, como presidente de la nueva Alianza Popular, habían instalado en la calle Silva, esquina a la Gran Vía. Y mi pretensión era para que, por medio de su recomendación, nos concedieran unos exámenes extraordinarios en el mes de enero del siguiente año. Me atendió, como siempre, con deferencia y cordialidad, y pocas semanas después conseguimos el fin de la visita; es decir, los exámenes para los chicos que les habían quedado una o dos asignaturas para terminar su bachillerato.
La tercera entrevista, o mejor diría breve saludo, fue allá por el año 1985 y la corta charla que mantuvimos sucedió en el Gabinete Médico de RTVE. Creo recordar que nos consultó al Dr. Blanco Argibay y a mí para tomar algún analgésico o un antinflamatorio por una pequeña dolencia o molestias que aquel día padecía.
El cuarto encuentro aconteció en un restaurante gallego situado en la Carretera Nacional número IV, de Galicia, pasada la Cuesta de las Perdices. Fue una invitación que, como periodista y Secretario General de la Unión de Periodistas, nos hizo la Junta de Gobierno de la Autonomía gallega, a directores, corresponsales y otros periodistas de medios de comunicación de Madrid. Al final, tomando café y sentados ambos en el mismo sofá, recordamos nuestros encuentros anteriores y la penosa situación en que se encontraban en aquel año los trabajadores de RTVE.
El quinto encuentro, tuvo lugar en su despacho de la plaza del Obrodoiro, de Santiago de Compostela, cuando D. Manuel era ya presidente de la Autonomía gallega. Fue con motivo de un viaje que hicimos algunos veteranos jubilados de RTVE para ganar el jubileo de aquel Año Santo del ¿2000? Curiosamente, gracias a su excelente memoria, me reconoció entre aquel grupo e hizo un aparte para saludarme y para que charláramos unos minutos.
La sexta, también muy breve, fue durante el homenaje que se le hizo en el Hotel Ritz de Madrid, cuando ganó las primeras elecciones, como presidente, a la Autonomía gallega.
FRAGA, EL DÍA DE SU INVESTIDURA DE NOBLE CABALLERO DEL CAPÍTULO DE ISABEL LA CATÓLICA EN MADRIGAL DE LAS ALTAS TORRES
Y la última, la séptima y más reciente entrevista, se celebró el 24 de abril de 2009, con ocasión de las nuevas investiduras de caballeros y damas del Capítulo de Isabel La Católica y del nombramiento de nuevos académicos de la Academia de la Hispanidad, en Madrigal de las Alta Torres. Fue sin duda uno de los encuentros más satisfactorios y halagadores que he tenido en mi vida con un personaje político. Y, las razones principales, es porque tuve el placer de asistir en primera fila a la investidura de D. Manuel en la pequeña e histórica iglesia del Convento de las Agustinas de Madrigal (antiguo Palacio del Rey Juan II y lugar en donde nació su hija Isabel La Católica); y después, ya en el antiguo Salón de Embajadores de dicho monarca, como director de la Academia de la Hispanidad, tuve el privilegio y el honor - tras leer un breve curriculo de D. Manuel-, de entregarle el titulo y medalla correspondiente de nuestra institución.
Pero, sin duda, lo más importante y compensatorio de aquel memorable día, fue la charla que mantuvimos -durante más de hora y media-, en el transcurso de la comida-almuerzo que celebramos en un moderno restaurante de Madrigal y por la gran oportunidad que tuve, gracias al protocolo, de estar sentado a su derecha en la mesa presidencial. Y como observé que la sobremesa se iba prolongando demasiado por tantos discursos y otros actos capitulares, le aconsejé que se marchará, porque intuí que, acostumbrado al reposo tras la comida, supuse que se encontraría cansado después de tan emotivos aunque fatigosos actos.
Debo resaltar con admiración que, a lo largo de la charla, Fraga no eludió ninguna de mis preguntas y, además, me comentó algunas de sus actuaciones polémicas, de otros acontecimientos sufridos y de detalles de su larga vida política y académica. Creo que al final se mostró muy complacido, pues me dijo que, desde siempre, había sido un admirador y entusiasta de la reina Isabel La Católica y, también, del tema de la Hispanidad, ya que fue el primer director del Instituto de Cultura Hispánica que crearon en tiempos de Franco, en la Ciudad Universitaria de Madrid.
Finalmente, debo añadir que, además de los encuentros citados, hablé un par de veces por teléfono, pues tenía un verdadero interés por su investidura en Madrigal; y como "oro en paño" guardo las cartas con las que me contestó agradeciendo los nombramientos y una foto dedicada para nuestra revista MADRIGAL.
¡Loor pues a D. Manuel Fraga!, al que han denominado como el “León de Villalba”, el “Ciclón de Galicia” o al “mejor político español del siglo XX“. Y mi recuerdo más emocionado y entrañable para la persona que se nos ha ido y que, como dije al principio, me atendió siempre muy bien y me gratificó con su noble amistad.
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