LO INSÓLITO COTIDIANO
Por ANTONIO D. OLANO / (Fotografía: ©Dolores de Lara y archivo)
Decíamos ayer… Mi mala salud de hierro me apartó durante algún tiempo de pluma, papel y otras zarandajas que parodiando a otro escritor siempre doliente yo podría retitular (recuerdos de un convaleciente).
No he de negar sino reafirmarme en que soy un “hincha” efervescente de la “rojilla” española que se debate por encontrar la repetición de su triunfal marcha por Europa. Y una de estas noches cuando esos jugadores de dibujos de cuentos de hadas que dirige nada menos que un señor marques, volvieron a ocupar la actualidad española.
Concluido uno de los partidos me quedé voluntariamente enredado en la “cinco” en la que, por si fuese poco, se alinea la compañera del alma de un tal Casillas desde hace mucho tiempo el mejor guardavallas del mundo. Volvimos a escuchar a la Carbonero que no precisa de ayuda ajena para ser uno de los mayores atractivos de la nueva, esperanzadora comentarista de los tiempos de la rojilla.
Pero, de pronto, Iniesta abandonó los patines por los que se desliza por el césped. El manchego Iniesta es uno de los seguidores, aun sin proponérselo del caballero de la alegre figura, responde a lo que Cervantes quería para las aventuras surrealistas de su grandioso “Quijote”.
Pero de pronto se produjo un milagro inédito ocupando la pequeña pantalla. De repente, esta primavera confusa, comenzó a sonreírnos de nuevo. En un programa calificado como de diversión y si ustedes prefieren de chismorreo, ocupó una larga hora la presencia de Sofía Loren, en carne mortal. Al diablo con las focas, chismorreos y toda esa baraúnda de necedades que parecen propias de los programas mal llamados del corazón. La pantalla se llenó toda de la que sigue siendo, sin duda alguna toda una leyenda del cine universal. Toda una leyenda, que nos suena a muy nuestra, revivió sabiamente conducida por anécdotas de su paso, trabajo y majestuosas actuaciones europeas.
Conocí y mucho por cierto a dos de las más grandes estrellas universales. Tres de ellas italianas: Lucia Bose, Gina Loyobrigida y Sofía Loren. Sofía era todavía una niña cuando tuve la suerte de conocerla y acompañarla a esta muchachita tímida y casi desconocida a una de las calabriadas del Museo de Perico Chicote, dos meses antes me la había presentado en el festival de Venecia Alfonso Sánchez. Nos encontramos con ella dentro de un claustrofóbico ascensor. Alfonso, con voz ronca y llenando el espacio con su humareda y toses, se descaró y, simpáticamente le propuso:
Muchachita porque no se decide usted y hace cine.
Esa chiquilla, muchos años después fue la compensación, el mejor regalo que salió de la mal llamada caja tonta.
Entre fatiguitas de mi quebrantada salud recibí, como todos los españoles el segundo gran regalo de esta primavera mundialista. Nos la trajo una cadena televisiva muy comercial que durante más de una hora y merced a la Loren nos llevó de la realidad al sueño que no son tan incompatibles. Espero que no sea solo un febril sueño el que un audaz presentador nos ofreció en el descanso de otro gran sueño: la copa de Europa. Dicen los italianos ver Nápoles y seguir viviendo. Ver de nuevo a Sofía Loren toda una leyenda, es haber aprendido a convivir con un sueño. Y así remato la grandiosa sorpresa, el despertar febril y la creencia de que el cine, pese a sus avatares, sigue siendo magia.
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