martes, 16 de julio de 2013

MANUEL BENÍTEZ EL CORDOBÉS, DE CERCA Y AL NATURAL

El Cordobés aclamado en la plaza de Quito / 2010

MANUEL BENÍTEZ EL CORDOBÉS,

DE CERCA Y AL NATURAL


Jesús Cuesta Arana / EL SUR DE LUCES

Confieso que soy de las poquitas personas que nunca – por esto y por lo otro- vio torear al torero de Palma del Río. Y eso que uno era ya un muchacho ido al tallo cuando el lidiador del flequillo estaba en toda la furia. A pesar de todo, formaba parte de mi mitología personal. Entre mis posteres favoritos que animaba la pared íntima se figuraba El Cordobés (a la vera del Che Guevara, Marilyn, Ava Gadner, Beatles, Neruda, el Guernica o el Cristo de Dalí…)

Leí todos sus libros, casi todos hagiográficos y de escaso relieve (O llevaras luto por mí, de Dominique Lapierre Y Larry Collins, el mejor y el más difundido).Vi todas sus películas tanto en Aprendiendo a morir como en Chantaje a un torero, el torero cordobés dejó la impronta de un gran actor. Rizó el rizo, el más difícil todavía: interpretó con toda naturalidad su propio papel. 

Coleccioné carteles, postales, programas de mano, afiches, estampas y todo el merchandising al alcance de la mano. Guardaba o recortaba todo cuanto de él se diera a la luz en la prensa y revistas del corazón o en las publicaciones especializadas: El Ruedo, Dígame, y El Burladero donde acaparó el mayor número de portadas. 

Las noticias del No-do. Las corridas televisadas: desde la cornada –en tarde de rayos y lluvia– de su confirmación en Madrid a la debacle de uno y mil descabellos en Pamplona con toda la plaza de uñas. 

Escuchaba sus pasodobles y sus versiones como la de la francesaDalida –una locura de amor que se suicidó por él, según el sensacionalismo imperante–. El magnífico arreglo orquestal de Frank Pourcel y la réplica flamenca de Canalejas de Puerto Real; aunque con ripiosa letra barrió radiofónicamente en los discos dedicados. En fin, el que suscribe estaba pendiente al más mínimo movimiento referente a su vida. Era uno de los grandes santos – por no decir el más de mi devoción. En mi álbum sentimental no podía faltar el cromo coloreado de Manuel Benítez El Cordobés .

De ser un pillastre; carne de golfemia y asaltante de gallineros, pasó sin solución de continuidad, en un pis pas, a ser canto y modelo de grandes artistas. Se retrató con gobernantes y celebridades del mapamundi. El universo entero daba razón por él. Recibió miles de cogidas y la Divina Providencia siempre le hizo el quite. Aprendió el oficio golpe a golpe. Tenía una fuerza incontenible. Arrollador. Humano y divino. Era un hombre a una sonrisa pegado. Su toreo irradiaba –a pesar del drama cercano– alegría de vivir. Sabiendo torear destoreó. Lo mismo que Picasso que pintando como Miguel Ángel o Ingres al final desintegró las formas y los modos de pintar. Fue imitado hasta el paroxismo; pero sólo consiguieron asimilar sus defectos. Como siempre pasó, pasa y pasará.

Nunca vi en vivo al mítico torero .Nunca. Ni de lejos di de cerca. Sin embargo –con el tiempo por medio; decenas de años después– en una conocida pastelería de Córdoba donde acostumbra el torero a endulzar la sombraluz de la vida, en al pie de su vivienda y la de calle en su nombre, me encontré al genio de cerca: pelo de plata cordobesa, el cuero más curtido, la misma sonrisa fácil, la forma de hablar adelantándose al pensamiento y en el cuerpo todavía entraba el traje de luces, (a pesar que del año 1939 de la nacencia hasta el momento había corrido sin parar los números.) Siendo como era el V Califa del Toreo, parecía más un deportista que otra cosa, a tenor por la indumentaria que lucía chándal con chaleco deportivo y zapatillas de primera marca. Pura fibra sin átomo de grasa. Conservaba la mirada brillante y el andar felino. Todavía –a pesar de los avisos del tiempo- seguía siendo todo corazón y memoria. Al verme me reconoció. (Hubo un primer acercamiento en unos coloquios taurinos en Cádiz donde fue la figura invitada. Tuve la adorada ocasión de ver al Cordobés y estrechar su mano por primera vez). Me dijo echando por delante la mítica sonrisa derivada en su peculiar y destemplada carcajada:

– ¡Hombre!, ¿tú por aquí?


–Eso parece, maestro


–Tú eres, el escultor aquél de Cádiz, ¿no?


–El mismo.


Me invita a tomar algo y prosigue:

– ¡Qué talento hay que tener para coger un cacho de barro y hacer una persona como es!

- (…)

Ya sentado en su rincón habitual en la cafetería, me fue desgranando lances e impresiones de su vida, unas inéditas y otras archiconocidas. Como aquella vez que bailando con una señora de ímpetu y carácter, se le enredaron las piernas de tal manera con las de ella, que el torero cayó al suelo sufriendo una de las mayores lesiones de su vida. Hasta el baile pega sus cornadas.

Al rato de la conversación, después de un torrente de palabras, de pronto se le pone serio el semblante y me dice:

–Tú dirás que te estoy dando la mañana, contándote cosas que casi todas las sabes por los papeles. Pero es que lo más bonito que uno ha vivido no se puede contar. ¡Si se pudiera contar todo!...

Magnífica reflexión. Lo más interesante de la vida de una persona es lo que queda en zona de sombras. Al final queda lo que nos queda.

Así fue como vi al genio de cerca por primera vez. Un sueño tardío pero cierto. Una leyenda al alcance de la mano.

Llegó el momento del adiós. Un abrazo con sabor de tarde de alternativa para mí. Luego pisando el calor cordobés –por el mismo aire, por los mismos vientos del torero-.con misterioso alboroto interior, no daba a crédito al haber tenido y oído de cerca a aquel monstruo sagrado que dio lumbre y luz a mi juventud. Tuve la suerte de ver a Manuel Benítez El Cordobés al natural, como siempre lo hizo con el toro y con su vida. El torero al natural sin el peso de su gloria o el brillo de los caireles y con la luz, el olor y los sonidos de su Córdoba califal, senequista y los ojos de misterio al fondo.

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