Rafael Dupouy Gómez, autor del artículo, ante la tumba de Francisco Rivera “Paquirri” en el Cementerio de San Fernando en Sevilla. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
Por: Rafael Dupouy Gómez
El valeroso diestro Francisco Rivera “Paquirri” entregó su vida, luego de la terrible cornada que le produjo el toro “Avispado” de la ganadería de Sayalero y Bandrés, el 26 de septiembre de 1984, en Pozoblanco.
Se cumplen 30 años, de aquel fatídico día miércoles, 26 de septiembre de 1984, cuando quedaron grabadas para siempre en nuestras retinas, aquellas dramáticas imágenes de la gravísima cornada que le costó la vida al gran matador de toros Francisco Rivera “Paquirri”.
Admirable y torera fue la manera como afrontó sus últimos momentos de vida en aquella enfermería sin recursos. Cuánta hombría, serenidad y valentía ante el fatal desenlace que se le avecinaba. Por primera vez, las cámaras de televisión mostraron al mundo la tragedia ocurrida en una plaza de toros con su realismo, crudeza y verdad, demostrando que los toreros salen a jugarse la vida cada tarde en ese escenario en donde se muere de veras.
“Paquirri” se destacó por ser un diestro de raza con unas facultades asombrosas. Era un torero muy disciplinado que se entrenaba como un verdadero atleta. Durante la lidia, se compenetraba tanto con el toro que parecía establecer un diálogo directo con él en el ruedo. Eran características sus temerarias largas cambiadas de rodillas con el capote para recibir a sus enemigos. Su toreo de capa se distinguió por su variedad y quietud. Incluía vistosos y ajustados quites por chicuelinas y gaoneras. También solía llevar al toro al caballo con un magnífico galleo que gustaba mucho al público por su hermosa y vistosa ejecución. Realizaba con habilidad y perfección todos los tercios de la lidia. Especialmente en banderillas era alegre, variado y espectacular. Sus pares al quiebro en los medios eran de una gran exposición. Con la muleta demostraba un dominio y una técnica asombrosa. Ligando derechazos, naturales corriendo la mano y mirando al tendido, pases en redondo, de pecho, molinetes, trincherazos que demostraban su tremendo poderío ante la cara de sus enemigos. Se entregaba ejecutando la suerte suprema, logrando eficientes y certeras estocadas. No se dejaba ganar la pelea por nadie en el ruedo.
Su valor y pundonor eran extremos. Sentía realmente el toreo en sus venas. En algunas entrevistas confesaba que cuando él toreaba, lógicamente, no establecía ningún diálogo de palabra con el toro, pero en varias ocasiones, el toro le decía con sus gestos y reflejos el tipo de lidia que requería y debía hacerle. Se llegaba a compenetrar tanto con el toro, que luego de realizar una gran faena, sentía lastima de tener que matarlo. Sobre las cornadas, decía que las peores las daban los seres humanos.
“Paquirri” sufrió aproximadamente unas 26 cornadas. Todas las tardes que se vestía de luces, se entregaba por completo en el ruedo, exponiendo su figura al máximo, sin pensar el peligro que corría de recibir un grave percance como el que le ocurrió, el 21 de abril de 1978 en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Ejecutando un arriesgado par de banderillas en los medios, un astado de la ganadería de José Luis Osborne, le empitonó de mala manera partiéndole los muslos. Perdió mucha sangre y le quedaron secuelas físicas como consecuencia de esas heridas.
A Francisco Rivera “Paquirri”, le conocí personalmente cuando acompañé a mi abuelo Florencio Gómez Núñez, a mi madre Rosa Elena y mis hermanos Juan Florencio y Miguel Antonio para presenciar la corrida del 50° Aniversario de la Maestranza de Maracay en 1983. Ese día se organizaron actos y homenajes especiales para conmemorar tan importante fecha histórica. Componían el cartel, Francisco Rivera “Paquirri”, José Nelo “Morenito de Maracay” y Tomás Campuzano. Las reses lidiadas fueron venezolanas en un concurso de ganaderías. A “Paquirri” le tocó el peor lote y no pudo sacar provecho a los toros que le correspondieron en suerte. Brindó la muerte de su primero a don Pepe Amorós quien vino, especialmente, desde España como invitado de honor ya que había actuado en la segunda corrida de la inauguración de la Maestranza de Maracay en 1933.
“Morenito de Maracay” fue el triunfador, cortando dos orejas. Tomás Campuzano derrochó valor y clase, brindándole a mi abuelo Florencio Gómez Núñez su faena. Campuzano estuvo muy voluntarioso y recibió una merecida oreja. Los ganaderos nacionales rindieron un bello homenaje en la Maestranza, enviando astados de las mejores divisas del país.
Al finalizar la corrida, el matador de toros retirado don Pepe Amorós, nos manifestó que fuéramos a saludar a “Paquirri”, que se alojaba en el hotel Maracay. Aceptamos de inmediato su invitación y nos dirigimos todos en nuestro coche. Al llegar al hotel, don Pepe Amorós nos sugirió que no llamáramos por teléfono a “Paquirri”, sino que subiéramos directamente con él hasta su habitación. Don Pepe Amorós, tocó la puerta del cuarto y le atendió el mozo de espadas de “Paquirri”. Don Pepe le dijo: “Aquí me acompaña mi gran amigo don Florencio Gómez junto con sus nietos, que vienen a conocer y a saludar a “Paquirri”, ¿se podrá ver al matador?”. El mozo de espadas le dijo: “En este momento no se puede don Pepe, porque se está bañando, pero él me mandó a decirles que, por favor, lo esperen abajo en la cafetería, que tan pronto pueda, él baja a saludarlos”.
Bajamos a esperarlo en la cafetería del hotel y, al poco tiempo, apareció el maestro Francisco Rivera “Paquirri” con el pelo engominado y la mirada profundamente azul, acompañado por su apoderado Juan Carlos Beca Belmonte quien señalando a mi abuelo Florencio, le preguntó a “Paquirri”: ¿Conoces a este personaje?, a lo que “Paquirri” contestó: “Cómo no lo voy a conocer, si fue el que hizo la Maestranza de Maracay”. Nos llamó la atención el gran cordón de oro del Cristo de las Tres Caídas, que colgaba en su pecho. Era impresionante por su belleza.
Conversamos con “Paquirri” de toros, del lote que le correspondió esa tarde que presentó mucha dificultad para la lidia. Mi abuelo Florencio habló sobre la gran amistad que tuvo con Juan Belmonte, ya que Juan Carlos Beca Belmonte, el apoderado de “Paquirri”, era nieto del “Pasmo de Triana”. “Paquirri”, se mostró serio y atento escuchando lo que les relataba mi abuelo, mientras nos firmaba un autógrafo.
Autógrafo de Francisco Rivera “Paquirri” a los Hnos. Dupouy Gómez. Maracay, Venezuela, 1983. (Archivo: Hnos Dupouy Gómez)
Después de despedirse de nosotros, se retiró hacia donde se encontraba Isabel Pantoja, su novia en ese momento, y agarrados de la mano, muy enamorados, se fueron caminando por los pasillos del Lobby del hotel Maracay.
Plasmado quedó su autógrafo como recuerdo imborrable de nuestro agradable encuentro con “Paquirri”. Siendo uno de los toreros activos con más veteranía y seguridad, nos sorprendió y conmovió lo que le ocurrió en Pozoblanco el año siguiente.
En vísperas de finalizar la temporada, “Paquirri” se encontraba fuera de forma. Había ganado bastante peso y su padre le aconsejó que pensara en la retirada definitiva. Pero el diestro todavía se sentía muy seguro y a gusto toreando, disfrutando lo que más amaba. Sin embargo, pensó en despedirse del toreo en su finca “Cantora”, invitando a sus familiares y amigos íntimos, pero se anticipó la tragedia de Pozoblanco y no pudo cumplir el deseo de cortarse la coleta en su querida y hermosa finca.
La tarde trágica de “Paquirri” en Pozoblanco
Llegó aquella tarde fatídica en la plaza de toros de Pozoblanco, durante las ferias y fiestas de Nuestra Señora de las Mercedes, celebrada del 23 al 29 de septiembre de 1984. Correspondió al veterano matador Francisco Rivera “Paquirri” participar en la corrida celebrada, el 26 de septiembre de 1984, en compañía de los jóvenes diestros José Cubero “El Yiyo” y Vicente Ruiz “El Soro”. Se lidiaron seis bravos toros de la ganadería de Sayalero y Bandrés, de Algeciras.
“Paquirri” y su cuadrilla se hospedaron en el hotel “Los Godos”. La habitación reservada para descansar y vestirse de luces por última vez, fue la número 307. Era un cuarto pequeño y sencillo. Comió una tortilla, algunas frutas y bebió agua mineral. Le esperaba aquel traje azul cobalto y oro que su querido tío Ramón Alvarado, su mozo de espadas, le ayudaría a enfundarse.
“Paquirri”, para matar el tiempo y la ansiedad, había jugado una partida de cartas con su hermano y compañeros de cuadrilla. Unas 1.000 pesetas les había ganado a cada uno y se sentía contentísimo. Durante el trayecto a la plaza, se burlaba de ellos que se quedaron limpios en el juego. Se iba riendo a cada rato, recordándolo. Estaba muy animado, motivado y dispuesto esa tarde.
La plaza de toros de Pozoblanco, le esperaba con un lleno hasta la bandera. Salió su primer enemigo por los toriles, recibiéndolo muy bien con el capote. Invitó a “El Soro” para que compartiera con él las banderillas. Como dato curioso, brindó la muerte de su último toro al entonces joven becerrista Manuel Díaz “Manolo”, quien después se apodaría “El Cordobés” gozando de gran fama y cartel.
El toro demostró poca fuerza, pero “Paquirri” lo lidió con excelente técnica sacándole partido en todo momento. Escuchó música y el público apreció su apasionada entrega, ligando tandas de derechazos, toreando en redondo, naturales de gran calidad, en ocasiones mirando al tendido y pases de pecho portentosos. Su variada faena la culminó logrando una buena estocada, siendo premiado, el valentísimo y seguro diestro, con una oreja que pasearía dando la vuelta al ruedo entre ovaciones.
Nadie presintió lo que se avecinó. Se abrió la puerta de toriles y salió el cuarto toro para “Paquirri”. Su nombre “Avispado”, negro, marcado con el número 9. Era muy astifino y había rematado, varias veces, con bastante saña y violencia en el burladero.
“Paquirri” lo lanceó con el capote con seguridad y excesiva confianza mirando al tendido. Cuando lo intentaba llevar al caballo, el toro se le hizo un extraño, se le venció y lo empitonó con gran violencia y fuerza en el muslo derecho. El diestro duró una eternidad en la cara del toro, tratando de librarse de los pitones asesinos de “Avipado”. Estaba en volandas y no podía apoyar los pies, mientras que el toro hundía hasta la mazorca el pitón destrozando el muslo del pobre “Paquirri”. Llevaba en su humanidad una cornada de caballo, gravísima e impresionante.
El traslado a la enfermería fue angustioso. El callejón era sumamente estrecho. Los que le conducían equivocaron el trayecto a la enfermería resultando el más largo para el torero quien perdía gran cantidad de sangre. Tardaron mucho tiempo en llegar a la enfermería. La puerta de la misma se encontraba cerrada y tuvieron que romper los vidrios de la puerta para abrirla. El destino de “Paquirri” en esa precaria enfermería era el menos esperanzador. No había nada para socorrerle y brindarle la asistencia necesaria. La gravedad de la cornada, el estado del torero y la caótica situación de la enfermería hacían imposible que pudieran salvarle la vida. Se perdió mucho tiempo. Desesperación e impotencia era lo que se vivía, mientras atendían a “Paquirri”.
Todos estaban muy nerviosos. Las imágenes dentro de la enfermería fueron dramáticas. Empezaban a cortar con una tijera la taleguilla del traje de luces de “Paquirri” y el destrozo del muslo era evidente. Un boquete enorme con incontenida hemorragia. Se desangraba el veterano diestro. La camilla estaba llena de su sangre torera. Sus compañeros le gritaban: ¡Tranquilo Paco!
Francisco Rivera “Paquirri”, lucía un rostro pálido pero demostró en esos difíciles momentos una serenidad pasmosa. Qué torero tan valiente, presentía su triste final, pero calmaba a los que lo rodeaban y hasta le daba órdenes al doctor indicándole lo que tenía que hacer, expresando: “Doctor, yo quiero hablar con usted, por favor, la cornada es fuerte y tiene al menos dos trayectorias una para acá y otra para allá. Abra todo lo que tenga que abrir, que lo demás está en sus manos”.
“Que me enjuaguen la boca con agua”. Se enjuagó la boca y escupió con bastante fuerza el agua, mientras ordenaba mantener la calma. El pitón había seccionado la arteria femoral y la vena safena del tercio superior del muslo derecho. Los médicos mostraban su impotencia, pero lograron ligar las arterias que tenía rotas, logrando detener un poco la hemorragia. Requería ser asistido, inmediatamente, en un centro de cirugía vascular especializada.
Se tomó, finalmente, la decisión de enviarlo en una ambulancia que partió a las 8:10 de la noche al Hospital Reina Sofía de la ciudad de Córdoba al Servicio de Cirugía Vascular. La ambulancia se dirigía a gran velocidad con el cuerpo de “Paquirri”, un reanimador anestesista y el Dr. Ruiz González. Durante el trayecto al mozo de estoques de “Paquirri”, se le escapó la expresión: “¡Que se nos muere!”. Hubo una parada de segundos para reanimarle y cuando se dieron cuenta que seguía respirando, retomaron el camino. Al Hospital Reina Sofía era imposible llegar y cambiaron el rumbo al Hospital Militar de Córdoba, porque el grave estado del torero no permitía perder más tiempo. Como a las 9:05 de la noche, llegaron al Hospital Militar. “Paquirri” estaba prácticamente muerto. Le realizaron tratamiento de reanimación, pero no resultó y el valeroso diestro falleció.
La noticia de su muerte impactó al mundo entero. Su funeral fue multitudinario, siendo su cuerpo paseado a hombros en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla en compañía de su viuda, la famosa cantante, Isabel Pantoja, Juan Carlos Beca Belmonte, familiares, amigos e importantes figuras del toreo que se hicieron presentes.
La cornada mortal de “Paquirri”, impidió que la afición taurina venezolana lo pudiera ver torear en la plaza de toros Nuevo Circo de Caracas (Venezuela) en donde estaba contratado.
Sus restos reposan en el Cementerio de San Fernando en Sevilla, muy cerca de grandes figuras del toreo como: “Joselito”, Ignacio Sánchez Mejías y Rafael Gómez “El Gallo”.
Sus hijos, Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez, de su primer matrimonio con Carmen Ordóñez, se convirtieron en destacadas figuras del toreo, llevando con gran responsabilidad, dignidad e hidalguía el recuerdo de su difunto padre.
Francisco Rivera “Paquirri”, demostró ser un torero en toda la extensión de la palabra. Su pundonor, coraje y amor propio quedó demostrado en los ruedos del mundo. Todo lo que había conseguido en la vida se lo debía al toro. Pagó con su sangre su amor por la profesión, brindándonos una lección de vida, valor y torería difícil de superar.
Que Dios lo tenga en la gloria.
muchas gracias LA MONTERA ...estais en todo. D. E. P. EL GRAN PAQUIRRI
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