viernes, 5 de diciembre de 2014

El pasado 3 de diciembre, en el Casino Militar de la Gran Vía Brillante homenaje a José Román del Álamo Velasco

    ©Dolores de Lara

  José Román del Álamo Velasco

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José Román:

Eres muy afortunado por tener tantos buenos amigos como se demostró ayer. Pero es justo reconocer que también te los has ganado a pulso. Te admiramos y te estamos muy agradecidos.
Ya me enviarás algunas fotos de las que hizo Dolores de Lara.
Reitero mi enhorabuena por el merecido homenaje.
Un abrazo.
Primi

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Por Primitivo Fajardo / Fotografías:©Dolores de Lara

La amistad es lo más necesario de la vida, decía Aristóteles. El filósofo griego hubiera ratificado, e incluso ampliado su axioma a «imprescindible», de haber estado presente en el baño multitudinario de amistad que supuso el acto de homenaje que el pasado 3 de diciembre se brindó en el Casino Militar de Madrid al hasta hace poco comandante del Ejército de Tierra y ahora secretario del Centro Integral de Formación de Seguridad y Emergencias del Ayuntamiento de Madrid, José Román del Álamo Velasco.

Al merecido reconocimiento, organizado magistralmente por ese gran prócer de ceremonias que es Paco Rodríguez Martín, asistió medio centenar de amigos y compañeros convocados con anterioridad para sorprender al homenajeado en un almuerzo que disfrutó entre empresarios de diversos sectores, periodistas de dispares medios, funcionarios del Ayuntamiento de Madrid, de la Policía local y de otras administraciones, representantes del clero, del mundo de la diplomacia y del estamento militar: jefes del Cuartel General del Ejército, oficiales y el Coronel Jefe del Regimiento «Inmemorial del Rey nº 1», en el que hasta hace muy poco estaba destinado José Román del Álamo.

Los comensales disfrutaron de la palabra entre plato y plato en un ambiente distendido de auténtica camaradería, que se tornó a los postres en altamente emotivo por los brindis y las brillantes palabras que dedicó al homenajeado, abriendo el fuego dialéctico, Alfonso Ramonet, que destacó con bellas y adornadas palabras sus grandes cualidades personales y todos los relumbres profesionales que le decoran el pecho como a un general prusiano. Le siguieron en el reconocimiento público otros miembros destacados de la distinguida mesa, que dedicaron loas, flores y poemas a la simpar figura de José Román.

Correspondió éste a las sentidas palabras de los invitados restando importancia a sus actos y afirmando trémulo y conmovido que sólo ha tratado de echar una mano cuando la ocasión se lo ha brindado. «A veces es mucho más difícil hacer el mal que el bien», afirmó. Sus humildes palabras, dictadas desde un corazón esponjado por la emoción, calaron en el repleto comedor del Casino Militar y dieron la medida de su modestia y su hombría de bien, siendo muy aplaudida su breve y certera intervención.

Los que le conocemos y los que han trabajado durante años con él, podemos afirmar con total autoridad –la que impone la experiencia compartida– que José Román ha sido siempre un hombre de valores eternos, un profesional de categoría y una persona cercana y entrañable, que ha gozado del respeto y el reconocimiento tanto de los compañeros como de sus superiores por su entrega a su deber y a los demás, a sus amigos y a su familia.

©Dolores de Lara

El encuentro tuvo su broche de oro, tras la conclusión del almuerzo, por un lado con la entrega a José Román por parte del embajador del Mundo Diplomático de un certificado firmado por los últimos ministros de Exteriores de España y los representantes de las legaciones internacionales que se han visto beneficiadas por la certera intervención de sus dotes personales, comunicadoras y de relaciones públicas. Con razón es admirado por dignatarios y embajadores de otros países que laten en nosotros. Por otra parte, le fue obsequiado un libro que recogía las dedicatorias que los comensales plasmaron sobre la marcha en sus páginas como sencillo recuerdo de su mucho aprecio por el homenajeado. Y finalmente, el mejor regalo fue la felicitación y el abrazo personal de todos y cada uno de los asistentes y de muchos otros que se lo brindaron desde la distancia al no poder estar con él durante el almuerzo por razones de mayor peso, lo que supone una ínfima muestra del enorme cariño que se le profesa en todas partes. Tanto es el aprecio que todos sentimos por José Román, que su fuerza ha roto hasta con el mito de que nadie es profeta en su tierra. Y, por fortuna, el homenaje viene a confirmar que a veces –menos de las que sería deseable– la justicia cumple con su razón de ser.

José Román bien merecía esta sentida dedicatoria y todas las que se le brinden porque es digno depositario de admiración y agradecimiento por sus muchos méritos acumulados, civiles, militares y de los otros. Pertenece a ese ramillete de hombres heroicos que transitan la geografía terrestre llevando el nombre de España como miel en sus labios. Y lo hace casi como antaño, cuando el mundo era plano y sus límites un misterio aún por descubrir: andando el camino un pie tras otro y como a la pata la llana, con discreción y sin alharacas, a pecho descubierto y con el coraje y la fuerza de un hijo del ínclito Marte.

Todos los que le conocemos, de una u otra forma le queremos y le admiramos profundamente por ser como es: por vivir con pasión lo que hace; por ser persona honrada a carta cabal; por cultivar la amistad como se debe hacer: con temperamento, obstinación y generosidad; por ese afecto entregado, franco y desinteresado que a todos prodiga; por ser un hombre libre, aún encorsetado entre rígidas y disciplinarias estructuras administrativas; por representar el eje sobre el que gira con mecánica universal el mundo de las relaciones sociales; por ser el verso suelto que da brillo a la armonía del poema; por ser el brocal por el que se desborda el valor de la palabra; por poseer esa pulsión primigenia que es la tendencia innata a hacer el bien; por ser el mejor amigo que nadie pueda tener; y por mirar a los demás con el corazón. Ya lo dijo Saint-Exupéry en El Principito: «No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos».

©Dolores de Lara

Aunque es difícil inventariar el afecto que uno lleva estibado tantos años en la bodega del corazón, siempre ahíta de emociones, a mi querido amigo José Román del Álamo, al que guardo respeto, cariño y gratitud y tengo aupado al pedestal de mis más encendidas devociones, debo otorgar sin rubor y sin ambages el testimonio de mi afectuosa e incondicional admiración. Porque es un hombre íntegro, coherente, cabal, humilde, discreto, inteligente, generoso, simpático, dicharachero, informado y sabio como un patriarca bíblico, un gran gurú de la amistad y una de las mejores personas que he conocido en mi vida.

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