Dolores de Lara y Juan Campos, el pasado 20 de octubre en Oviedo ante el teatro Campoamor poco antes de la entrega de los Premios Princesa de Asturias
Dolores repetía siempre a modo de justificación de su asombrosa actividad: "Si me quedo en casa, me duele la cabeza y me oxido, así que dime qué hay esta tarde, nos vemos en el photocall".
Y Juan, un bendito que también participaba del entusiasmo de su mujer por la fotografía, ejercía de chófer de su mujer y de la que suscribe, nos llevaba por todo Madrid de un festejo a otro y se quedaba paciente en doble fila o en la taberna de al lado, hasta que Dolores cerraba la cámara.
Juan, también experto en fotografía, se había prejubilado hace tiempo y el matrimonio, padres de un hijo ya emancipado, no tenía ninguna necesidad de ir de fiesta en fiesta haciendo fotos de gente famosa o andar por las plazas de toros siguiendo las faenas de los grandes maestros o de los novilleros que empezaban en las fiestas de los pueblos manchegos de donde procedía Dolores.
Pero cuando la vocación está grabada en el ADN de un reportero, no hay quien la frene. Y es que Dolores era más que nada una periodista, una profesional de la información con una cámara en la mano.
Igual se paraba para enfocar un paisaje que le gustaba, que esperaba a ver qué pasaba con el coche de bomberos atravesado en la calle, no fuera a ser que hubiera llamas y escaparan de su objetivo.
Trabajaba, literalmente, por amor al arte (de informar). "Yo ya no hago esto por dinero, repetía siempre, sólo hago lo que me gusta".
Y decía que no a muchos encargos de congresos profesionales, donde había colaborado antes, y en cambio cubría los eventos institucionales de actos militares, bodas o actos familiares de nombres importantes que eran sus amigos y luego se sentaba con ellos a su mesa.
Cuando iba a Las Ventas por San Isidro, conseguía que Don Juan Carlos, Froilán y la Infanta Elena posaran exclusivamente para ella. Luego se intercambiaban recaditos en los que la realeza le enviaba su agradecimiento y un día se le llenaron los ojos de lágrimas porque Don Juan Carlos le había besado la mano.
"Te paso las fotos de Froilán y su hermana con el abuelo, sólo si vas a escribir una cosa bonita de ellos. Si les vas a criticar ni te las enseño. A ver si me van a dejar de saludar por tu culpa".
Y lo decía con la ingenuidad de la buena gente incapaz de engañar a nadie.La monarquía, los toros, su hijo y Juan, su marido, eran innegociables.
Dolores nunca presumía de su brillante pasado profesional. Hizo fotos de los atentados del 11-M que dieron la vuelta al mundo por su fuerza y porque nadie más había llegado a los sitios que descubrió su cámara. Hizo campañas publicitarias para marcas como Nestlé o La Casera, trabajó con el ministro de Agricultura, Carlos Romero, en la revista de la Asociación de la Prensa, en los periódicos ABC y La Razón. En la revista Hola , en el digital La Voz Libre y sus fotos aparecían cada semana en la página de las Fiestas de La Otra Crónica.
Formaba parte del Grupo Arte y Cultura de su amiga, la pintora Mayte Spínola y les acompañaba en sus viajes que a veces coincidían con sus propias exposiciones en distintas ciudades.
Expuso sus mejores fotos artísticas y retratos en galerías y museos de Francia, Alemania, Austria, Brasil y recibió muchos premios como reportera y hasta como mujer emprendedora.
Dolores y Juan crearon juntos "la montera.net", un digital taurino, seguramente el único en el mundo dirigido y editado por una mujer.
Este último fin de semana, Dolores y Juan se fueron como casi siempre a La Solana el pueblo manchego donde había nacido Dolores y donde disfrutaban de las terrazas y hasta iban a bailar con algunos amigos. Después de 30 años de matrimonio estaban asombrosamente unidos y enamorados. Dolores llamaba a Juan "chiquitín", cuando resulta que su marido era ancho y cuadrado, todo menos "chiquitín".
Al regresar a Madrid la tarde del domingo, en la Autovía A- 43 a la altura de Manzanares, un impacto inesperado contra la parte trasera de su coche acabó con la vida de Juan y Dolores de forma brutal, instantánea y desgarradora.
No hay palabras para describir el asombro doloroso de su muerte, el vacío que nos deja no recibir las 20 llamadas diarias en las que explicaba con entusiasmo las fotos que acababa de hacer.
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